Catamarca

Aguada

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Las sociedades identificadas bajo la denominación “Aguada” se desarrollaron en un espacio amplio pero limitado entre el sur de la provincia de Salta y el norte de San Juan, con la mayor concentración de vestigios en las provincias de Catamarca y La Rioja. La periodización tradicional ubica a este período aproximadamente entre los siglos VI y IX de la Era cristiana, sin embargo, en las últimas décadas se han excavado sitios con características Aguada que presentaron fechados mucho más tardíos, que sugieren que en algunos lugares del NOA, la ocupación Aguada perduró hasta el 1400 DC.

En función de distintos marcos teóricos, a este período de la región valliserrana meridional se lo ha denominado alternativamente como Período Medio (González 1961-64), Formativo Medio (Nuñez Regueiro 1974), Formativo Superior o Floreciente Regional (Raffino 1988) y Período de Integración Regional (Nuñez Regueiro y Tartusi 1987; Pérez Gollán y Heredia 1987). Al respecto, puede considerarse que lo que fuera denominado cultura de La Aguada constituye un momento de unificación de carácter social e ideológico que se llevó a cabo sobre las diversas sociedades locales que ya poseían los elementos materiales y simbólicos que serían integrados en un nuevo orden (Pérez Gollán y Heredia 1987).

Los rasgos identificados como Aguada se extendieron por algunos de los principales valles occidentales de la región Noroeste de la Argentina (con excepción de los importantes valles de Santa María, del Cajón, de Tafí y la cuenca de Tapia-Trancas en donde no aparecen o están poco representados), lo que dio lugar a un mosaico muy variado de procesos regionales. Alberto Rex González (1961-64, 1977) ha discriminado tres grandes sectores: a) septentrional, al noroeste de la provincia de Catamarca; b) oriental, en el centro y sudeste de la misma provincia; y c) meridional, en las provincias de La Rioja y San Juan. Cada sector tiene rasgos locales distintivos, pero más allá de esas diferencias La Aguada presenta una unidad cultural característica, que se encuentra fundamentalmente en su lenguaje iconográfico.

Este momento de la historia regional se caracteriza por un incremento de la población, la ampliación de los asentamientos aldeanos, la jerarquización de los asentamientos, la aparición de arquitectura pública (con sitios ceremoniales de grandes espacios públicos en los que se distribuyen plataformas, montículos y plazas abiertas), la estratificación social y la concentración del poder político-religioso en una élite de jefes o caciques que probablemente se desempeñaban también como sacerdotes o chamanes. También identifican a este período la especialización artesanal –con la estandarización de bienes materiales (particularmente la cerámica)–, la incorporación de nuevos materiales y técnicas constructivas, la segregación mortuoria y el desarrollo de una compleja iconografía que se expresa en una variedad de soportes, entre los que se destacan la cerámicas, el arte rupestre y la metalurgia. Todos estos elementos definen un orden sociocultural que marca diferencias con los modos de vida precedentes.

Sin embargo, la expresión más ampliamente conocida de Aguada es su compleja iconografía centrada en las imágenes felino-antropomorfas y fantásticas, con íconos comunes (de carácter ritual y mítico) que atraviesan el campo expresivo de diversas poblaciones de la región. Gran parte de la iconografía de este período puede considerarse como arte chamánico o visionario (Llamazares 2004) y estuvo asociada al consumo de sustancias psicotrópicas.

En la iconografía Aguada se destacan las imágenes de personajes antropomorfos, felinos, serpientes, aves, saurios, vampiros y una multiplicidad de figuras geométricas. Sus temas preferidos giran en torno a la trilogía humano-felino-serpiente, en múltiples combinaciones. Las figuras híbridas (humano-zoomorfas) describen seguramente el proceso de transformación del chamán en jaguar, o la simbiosis con sus animales tutelares. Sobresalen los personajes del sacerdote, el guerrero, el chamán, el de los dos cetros y el sacrificador, que sugiere la existencia de cabezas trofeo y sacrificios, hecho que concuerda con el hallazgo de cráneos aislados en tumbas (Gordillo y Kusch 1987). Los complejos adornos y tocados de algunos de ellos seguramente son un símbolo de su estatus y es probable que algunos de estos personajes representaran a una jerarquía religiosa que ocupaba la cúspide de la escala social. También destaca la imagen del jaguar, el que puede ser representado en forma realista, abstracta o descompuesta.

En suma, el arte de Aguada en todas sus manifestaciones alcanza un alto grado de perfeccionamiento técnico y de riqueza iconográfica y simbólica que adquiere un rol social específico, ligado al surgimiento de las nuevas formas socio-políticas y al despliegue de un complejo ceremonialismo de bases chamánicas muy antiguas (Llamazares 2004).

Belén

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La etapa comprendida entre los siglos X y XV d.C. en el Noroeste argentino es conocida como Período Tardío o de Desarrollos Regionales. Esta es una época de profundas transformaciones, caracterizada por el aumento en la producción agrícola mediante el desarrollo de sistemas de irrigación artificiales y el uso intensivo de las tierras. Este proceso trajo aparejado un incremento demográfico y la concentración de las poblaciones, con lo cual a los patrones de asentamiento aldeano (propios de épocas previas) se suman nuevas modalidades entre las que se destacan los grandes poblados en altura, algunos de ellos fortificados, denominados pukaras. Al mismo tiempo, se produce la configuración de organizaciones políticas más complejas que tendieron a expandir sus fronteras territoriales y su dominio efectivo sobre la tierra, dando lugar a entidades sociales que entraron en competencia con otras organizaciones semejantes. En dicho contexto cobra importancia la guerra por la exclusividad en el control de los recursos y las vías de comunicación regional. Se complejizan las relaciones sociales, con una acentuación de la desigualdad evidenciada tanto en la organización del trabajo como en la distribución y el consumo de bienes.

Para este período del desarrollo del Noroeste Argentino los arqueólogos han identificado distintos grupos humanos asentados en diferentes núcleos de esta región. Estas unidades políticas diferenciadas (entre las que se destacan Belén, Santa María, San José, Sanagasta, entre otras) han sido postuladas fundamentalmente sobre la base de las características estilísticas, principalmente de su alfarería y de la iconografía plasmada en distintos soportes.

En el caso de la entidad denominada Belén, su centro principal estuvo radicado en el valle de Hualfín (provincia de Catamarca) que fue su área de mayor complejidad y jeraquización; desde allí se expandió hasta el valle del Abaucán, hacia el oeste, y Andalgalá, hacia el este, también en la provincia de Catamarca. Belén ha sido caracterizada en función de su patrón de asentamiento, tecnología agrícola y prácticas funerarias y se sitúa temporalmente entre el 1100 y el 1480 d.C. Distintos investigadores consideran que Belén fue una jefatura compleja que involucró más de una instancia de control económico-político, se habría tratado de un señorío o cacicazgo con una jerarquización de poblados.

Consideran que en sus orígenes, hacia el 1100 DC, Belén estuvo organizada como un conjunto de aldeas dispersas donde habrían residido varias familias en estructuras de tipo casa-pozo. Alrededor del 1370 DC éstas se integraron en un señorío dentro del valle de Hualfin donde se observa un cambio en el patrón de asentamiento hacia el establecimiento de aglomerados poblacionales vinculados a infraestructuras agrícolas. Parte de la población se agrupó en centros ubicados en la cúspide de cerros o en mesetas con fines defensivos (tipo pukará) tales como Loma Negra de Azampay, cerro Colorado de la Ciénaga de Abajo, Puerta de Corral Quemado y Eje del Hualfín. Dentro de estos sitios se observan diferencias de tamaños y concentración de habitaciones que podrían evidenciar una jerarquía representada por poblados más importantes habitados por líderes, sus familiares y aliados. Otra parte de la población, tal vez la menos favorecida, se ubicó en áreas más bajas, dedicadas fundamentalmente a la explotación agrícola. Luego de esta etapa de integración se habría producido una de expansión cultural y territorial hacia zonas aledañas: el valle de Abaucán, la Puna catamarqueña y bolsón de Andalgalá. Con la llegada del imperio incaico se habría producido la desintegración y disolución de la cultura Belén

El desarrollo de la agricultura hidráulica durante el período de Desarrollos Regionales permitió generar excedentes que se almacenaban en distintos tipos de estructuras entre las que se destacan depósitos bajo el nivel del piso, denominados “colcas”. Los cultivos principales comprendieron fundamentalmente maíz, porotos, maní y zapallo. Practicaron la ganadería de camélidos –llamas– de forma intensiva, tanto para el consumo de su carne como para la utilización de su lana para fabricar textiles; estos animales también fueron usados como bestias de carga en caravanas que recorrieron el área Andina procurando una diversidad de mercancías provenientes de distintos ambientes y conformando un sistema de intercambio de larga distancia. Las actividades de subsistencia fueron complementadas por la caza de animales y la recolección de algarroba y los frutos del chañar.

Las sociedades Belén utilizaron la aleación del bronce, además del oro y la plata, para la obtención de objetos suntuarios y ornamentales, tales como brazaletes, anillos, colgantes, pinzas depilatorias y campanillas. También produjeron herramientas para trabajos especializados, como hachuelas y variados tipos de cinceles para el repujado y la talla de la madera. Tanto en Belén como en Santa María (que se desarrolla contemporáneamente, pero cuya localización corresponde a los valles Calchaquíes, Yocavil y zonas aledañas) se destacan las campanas metálicas decoradas con serpientes bicéfalas y chinchillones, a veces combinadas con caras humanas. Este complejo ceremonial, que probablemente estuvo vinculado a sacrificios humanos y de animales, se completó con hachas que en su mango llevaban grabados de grecas y rostros.

En la cerámica Belén se destacan las urnas y cuencos decorados en negro sobre fondo morado. Las primeras, que tuvieron funciones tanto funerarias como domésticas, son vasijas de ancho cuello y de poca altura que se caracterizan por un contorno compuesto por tres secciones: una base en cono, un cuerpo ovoide y un cuello evertido. A cada una de estas secciones corresponde un panel horizontal: en la base presentan líneas onduladas; mientras que el cuello presenta paneles con motivos geométricos de triángulos, espirales, escalonados o dameros; el cuerpo central puede presentar motivos geométricos o representaciones de serpientes; también puede estar ocupado por una cara de rasgos humanos, modelada con cejas, nariz y ojos por medio de tiras de arcilla en altorrelieve. Algunos autores consideran que estos rostros no representan humanos sino lechuzas. Las escudillas que se usaban como tapa de las urnas o para otros fines rituales o domésticos solían llevar, en su cara interna, la representación de batracios o de chinchillones.

También debió haber estado muy desarrollada la tejeduría en lana de camélidos, a juzgar por algunos textiles conocidos que llevan guardas con grecas. En madera circularon varias clases de instrumentos utilitarios tales como los "cuchillones" y las palas para tareas textiles, así como otros vinculados con rituales, como las tabletas para la absorción de polvos alucinógenos que fueron talladas en forma de animales, como el quirquincho, o con uno a tres personajes en el mango.

Santa María

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Hace unos mil años aproximadamente, las poblaciones que habitaron la región valliserrana del Noroeste Argentino (NOA) experimentaron cambios profundos en su modo de vida. Esta época se conoce como Período de Desarrollos Regionales, Tardío o Intermedio Tardío (1000-1470 DC), el cual se ha caracterizado por las notorias manifestaciones de conflicto social, sobre todo hacia sus momentos finales.

Alrededor del 1000 d.C. en la región de los valles Calchaquí, Yocavil y zonas aledañas (actuales provincias de Catamarca, Tucumán y Salta) comienzan a desarrollarse nuevas formas de organización social que impulsan la concentración y el crecimiento demográfico y fundamentalmente la reorganización de la producción tendiente a incrementar los excedentes. Dichas formas de organización social implicaron el poder creciente y en confrontación de los jefes políticos y religiosos de las distintas comunidades de la región. Esto se manifiesta en el establecimiento de núcleos residenciales conglomerados en cerros, sus laderas y planicies circundantes. Estas manifestaciones de los valles calchaquíes son conocidos como “cultura santamariana”. Sus productores y portadores desarrollaron la capacidad de transformar un paisaje árido e inhóspito mediante la construcción de acequias para la conducción de agua, terrazas y canchones de cultivo, ciudadelas amuralladas y fortalezas de defensa. Su organización social y política constituyó la estructura compleja de señoríos o sociedades de jefatura. Además de grandes alfareros, trabajaron el metal y produjeron la más notable metalurgia en cobre y bronce que se conoce en los andes meridionales. Los indios Calchaquíes debieron enfrentar tanto la influencia del contacto con los incas como la invasión española, con la que se enfrentaron mediante un proceso de resistencia que duró hasta 1650, cuando finalmente fue reducida la fortaleza de Quilmes, al norte del valle de Yocavil, y los indígenas fueron desarraigados de sus tierras y llevados cautivos a las orillas del Paraná y de La Plata.

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