El Shincal (Catamarca – Argentina)
Planeando seguir conociendo nuestro país surgió la idea de viajar a Catamarca. Charlando con amigues, uno de elles me recomendó con ímpetu, “tenés que ir al Shincal”…
Una semana antes de volar, un pequeño y rectangular cartoncito me informa que no estoy sola, dentro mío se estaba gestando un nuevo ser. Y aquí comienza un nuevo camino, el de la maternidad. Pero en este texto no voy a hablar de ello, aunque el viaje a estas ruinas Incas esté teñido de cantidad de emociones que experimenté durante esta etapa del embarazo.
Llegados a la capital catamarqueña y luego de pasar unos días, nos tomamos un micro hasta Londres, si, con un micro llegás, porque no hay que cruzar ningún océano. Es un hermoso y pequeño pueblo, con construcciones aisladas entre árboles. Caminando sus calles de tierra podés descubrir en sus casas abiertas, a las tejedoras de telar, siempre trabajando (tejiendo, hilando o tiñiendo las fibras).
Al Shincal podés ir caminando, pero elegimos la opción de “a dedo”, siempre más atractiva para conocer a la gente del lugar. Por órden de llegada se armaban grupos de salida y nos tocó la guía que nos habían recomendado. Una mujer nacida a unos pocos kilómetros de allí. Con mucho amor y paciencia nos narró la historia del lugar, mientras lo íbamos recorriendo y parando para descansar, tomar agua y alguna que otra fotografía.
El Shincal de Quimivil, fue una ciudad administrativa del estado Inca. Descubierto hace relativamente poco tiempo y declarado Monumento Histórico Nacional, en 1997. Los arqueólogos reconocieron al Shincal como una Guamani (cabecera provincial) del Tawantinsuyo, (Estado Inca) entre los años 1380 d.C. al 1600 d.C. Ocupa una superficie de 23 hectáreas, pobladas por más de cien edificios construidos en piedra y barro. También hay dos cerros aterrazados, (cortados sus picos), de 12 metros de altura, a los que se accede por escalinatas construidas en piedra; uno de ellos relacionados a ofrendar a la luna y el otro al sol. Desde estas alturas se pueden observar y un poco imaginar, los caminos empedrados que conectan el Camino del Inca (QhapacÑan).
Para terminar este recorrido y seguir disfrutando de la tranquilidad del lugar, en el restaurante cocinaban unos riquísimos tamales, que devoramos al aire libre, bajo la copa de un árbol y acompañados del canto de los chingolos.