El agregado de valor de las manos en un mundo robotizado

Los avances tecnológicos, la robotización, los procesos productivos donde las máquinas  desplazan a las personas en sus tareas están generando una gran inquietud que alcanza a la propia literatura económica, en relación a qué pasará con el mundo del trabajo. Cuando ocurren cambios como éstos se generan dos opciones: paralizarse y resistirse, o intentar acomodarse e ir adaptándose para absorber lo mejor de esa transformación.

Primero hay que mostrar las evidencias existentes sobre la robotización y el reemplazo de la máquina sobre las capacidades humanas: países como EEUU y Japón, con altos niveles tecnológicos sobre los procesos productivos, poseen bajos niveles de desocupación. Lo segundo que hay que preguntarse es, ¿por qué no sucede lo que se predijo durante mucho tiempo sobre el desplazamiento de la persona por la máquina?. En realidad ocurrió, pero en las actividades repetitivas porque las creativas comenzaron a tener mayor valor y preponderancia en el terreno  del  cuerpo de las personas.

Aquí hay que separar lo que es el famoso “producto” o PBI que conocemos en economía para medir la capacidad de ofrecer bienes y servicios de las sociedades cuyo fin es abastecer sus necesidades primarias y secundarias. Tenemos una idea afianzada que supone que -producto- es lo que se ve, básicamente los bienes: autos, viviendas, vestimenta, alimentos, entre otros; pero existen los servicios que es lo que más viene creciendo a partir de los años setenta. Ahora hay que desagregar los procesos de cada uno; para los bienes se ha ido agregando cada vez más maquinarias pero, en el caso de los servicios, el crecimiento se dio especialmente en base al empleo de capital humano, ya sea físico como mental.

Hay una segunda inquietud que siempre dio vuelta en la literatura económica, ¿qué es lo que le da valor a las cosas?. Comenzó con la teoría clásica que se basaba en la escasez de los bienes o la cantidad de trabajo que conlleva producirlo, hasta las posturas más actuales que hacen hincapié en la simple valorización que le dan las personas a las cosas; es decir, lo que están dispuestos a pagar por algo.

Ahora, si comenzamos a unir lo que describimos sobre el proceso de robotización de los procesos, la aparición de los servicios, y la valorización que realizamos de las cosas, ¿cómo lo podemos vincular con la demanda de las actividades actuales en relación a la actividad corporal en esta transformación de la situación?. Para eso veamos cómo han crecido en el último periodo y qué necesidades han saneado: servicios como la kinesiología, fisiatría, reiki, yoga, psicología o las terapias alternativas, entre otras, que involucran no sólo las manos, sino la presencia del otro para responder a necesidades que únicamente lo presencial y corpóreo puede salvaguardar, o agregarle valor si lo referenciamos en conceptos económicos.

Si le queremos buscar una vuelta más, se puede analizar cómo nace la actual demanda de trabajos como el kinesiológico o masajistas que se basan en  las manos: se inician por la utilización de una máquina (notebook, celular, vehículo, entre otros) que venían a solucionar una necesidad del hombre, pero es el propio ser humano que, con su cuerpo, sale a curar esas consecuencias que le generó el uso de la máquina. Es como que se necesitó poner una máquina para agregar un paso más en esa comunicación entre las personas pero, que al fin como sucede en ramas como la kinesiología, se recurre a lo más primitivo que son las manos para agregar valor. Luego se puede ir a otros rubros, por ejemplo, el peluquero, oficio que desde el comienzo de la historia,  siempre requirió de las manos y nunca pudo ser reemplazado por una máquina; o el propio carpintero que aparece hasta en la biblia, fue reemplazado por la máquina en los muebles en serie pero, cuando se necesita agregarle valor a la madera, las manos deben involucrarse y cincelar la madera necesariamente.

En lo referente a la carpintería puedo corroborar lo dicho con la vivencia propia. Mi padre es carpintero.  A lo largo de toda mi carrera universitaria, donde me formé como economista,  (hoy puedo conceptualizar lo que veía en la práctica de la carpintería), observé cómo el agregado de valor lo generaban las manos. Los muebles en serie fueron acaparados por las fábricas, ya  no carpinterías, porque son más eficientes en los procesos en series; pero el carpintero siempre fue demandado debido a que la madera es un insumo muy presente en la sociedad. Lo que sucedió en el caso de mi viejo fue que se dedicó a la carpintería naval, revestir internamente barcos costosos donde la madera es valorada y, su mantenimiento, necesita de las manos de un carpintero a razón que la máquina no llega a la adaptación de las particularidades de cada barco. Aquí se “dio vuelta la tortilla”, como dicen nuestros abuelos, porque ya no tenía poder en el precio la gran fábrica que impone la creación en serie para tirar abajo los costos y sacar de competencia al que no está tecnificado. En la carpintería naval empieza a tener poder el que posee la destreza con las manos, porque son pocos, y son muchos los barcos que necesitan mantenimiento. En resumen, bajo este ejemplo, mi viejo pasó a fijar los precios de los trabajos porque sus manos traían experiencia y capital acumulado en aprendizajes durante años sobre cómo tratar la madera y, a la hora de acordar el precio de los trabajos, el artesano aventaja a la gran máquina que necesita de lo particular o artesanal para obtener el esplendor que no le dan las cosas en serie.

Autxr artículo: 
Matías Martínez
Fecha de publicación: 
18/Jun/2020
Revista Mes: 
Junio