Abrir la oreja
Un par de caracoles pegados a la cabeza nos advierten que afuera todo suena, conectados a todos los cielos sensibles de nuestro cuerpo para abrirnos al mundo por repliegues que nos permiten oir y si queremos también, escuchar. Orejas helicoidales y cartilaginosas que captan las vibraciones sonoras y las redirigen a las profundidades del oído. Estructuradas como un embudo canalizan el sonido hacia adentro. Esa es la eficacia de la forma de ese pabellón auditivo. Para eso es así, para que logremos, los que podamos, "oir" lo que ocurre fuera de nosotres...
De cero a cien y en casi cualquier volumen, localizar eso a lo que le ponemos la oreja, es el objeto de este Julio cálido y frío. Nos preguntamos también cómo es el gesto de abrir la oreja a lo que no estamos habituados y en ese movimiento de expansión, surge qué es aquéllo y quiénes son, los que sentimos en el corazón que necesitan ser escuchados, y sabemos que aunque hacen el ruido necesario para presentarse, deben rasgar capas y capas de silenciadores macabros. Queremos en esta edición atravesar la indeferencia y el menosprecio, que los ha mantenido hablando debajo del agua, llevándolos a la superficie para potenciarlos en todo su esplendor y con todo el respeto merecen.
Nuestra escucha es tan valiosa que crea un espacio para sus vidas y a la vez, nos reivinidica como humanes. Es un recurso poderoso, parece una actividad pasiva, pero hay en la pausa, la espera y la recepción toda una suelta de mariposas en las venas que nos conectan de verdad, nos abrazamos con los sentidos cuando nos dedicamos a percibir la música del otre.
Escuchar el mar ir y venir en cualquier estación, la puerta abriéndose y los pasos de quien espero llegando, los pájaros de la ventana que vinieron a dar el recital de invierno a la fresca, los aplausos de las primeras funciones con aforo, Cité tango con y sin Los simuladores, los vecinos gritando el gol de mi equipo, los que abren la boca con el corazón y hacen mundo, voces de ñiñes siempre…
A qué le ponemos la oreja?